mi hogar está más allá de mis manos
Vuelvo con las pestañas sin hielo, sin el fuego eterno que emerge de las manos al acariciar una cara sin ojos, una voz sin palabras hechas de verdad, vuelvo sin el tiempo que pesa en la nuca, sin gritar al infinito basta basta que pare, que cese este ruido, vuelvo con la mirada en el punto álgido de la sonrisa que flota sin decaer, sin recaer, vuelvo a casa sabiendo que el hogar se encuentra en ese mar de amarillos y verdes grisáceos donde nadan tus ojos, donde podría hundirme noches enteras con la certeza de que siempre vuelvo, de que nada me agarra desde una puerta inexistente para transformar mi pelo en telas de araña o hacerme beber obligadamente ese líquido amargo que cae del techo manchando toda la casa y hasta los pulmones, cortando casi la respiración. Pero no. Esta noche no. Esta noche vuelvo a casa con flores en la boca y las manos suaves, el corazón entero, tu boca en mi como una repetición constante de algo que brilla eternamente en el hoy, sentada en un autobús de la línea 22 mirando hacia arriba, siempre arriba donde hace tiempo se encontraban todas las cosas imposibles que hoy toco y beso entendiendo que la espera consiste en escalar una piel blanca con tres lunares que forman los vértices de un triángulo que parecía inalcanzable, y que hoy me lleva y me trae en esta calma inagotable sin espejos que romper.