Se deshizo - finalmente -
el año de la muerte inequívoca
los aullidos que resonaban
en una habitación cuyas puertas
estaban vaciadas
de espasmos floridos,
el amor trizado como un puente,
la lenta muerte dolorosa
de la infamia enredada en tus párpados
los brazos rotos de tanta fuerza
para matar la debilidad de las cosas
que no tenían dirección.
El año imborrable,
el año que al principio era ávido
se fue borrando como la ceniza marchita
de los cigarros de tantos poetas
que mataron dulcemente sus pulmones
hasta quedar exhaustos.
Los días del horror,
de la lluvia, de gritos
de ruidos
que me miraban
como exclamando
como queriendo decir
¿por qué, pequeña,
llorás asi esta noche?
El año impronunciable del amor
eterno,
y muerto dentro de su eternidad podrida
y de los últimos besos por la mañana
y de mañanas corrompidas por las noches
opacas y grisáceas de tanto ansiar colores brillantes
los últimos días de dosmilcatorce,
la frialdad de tu mirada en mi espejo
aún
todavía
a veces,
tu mano haciendo algo
indescifrable en mi escritorio
mientras miro desde la otra punta de la habitacón
aún
todavía
a veces
tus ojos sangrando
el perdón
que nunca saldrá de mi espalda,
y mi pelo,
enrededado,
en lágrimas,
por un año irrefrenable
que se deshizo,
y al fin,
y por siempre.
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