"¿Qué película te gustaría ver?
¿Qué canción te gustaría oír?
Esta noche no tengo a nadie
a quien hacerle estas preguntas.
Me escribes desde una ciudad que odias
a las nueve y media de la noche.
cierto, yo estaba bebiendo,
mientras tú oías a Bach y pensabas volar. "
Y porque también era de esa manera, en donde se crecía y decrecía a partes iguales, donde el pasado ya no tenía más manos para agarrarnos los miedos del presente, donde tus ojos ya no tenían la capacidad de amoldarse a mi ansiedad, donde ya no había más agua en esta habitación que pudiera apagar todo ese fuego que salía de tu boca y tus palabras - mojadas y absorbidas inevitablemente por la exasperación que te manejaba y te llevaba siempre hacia el otro lado contrario a mi, siempre a ese otro lado donde te levantás por las mañanas cuando irremediablemente es la noche, pero uno busca el sol sabiendo, sabiendo que por algún lado debe estar aunque todo lo que nos rodea es ausencia y un grito hueco de la oscuridad que nos dice que no, que tal vez algún día, pero hoy no.
Tal vez era cierto que habían llegado a ese inexorable punto en que el amor no era más que un pájaro que volaba - ahora en otra dirección, siempre en otra dirección - y que estaban en esa transición que comenzaba en el inicio del conocimiento de otras manos y otros ojos y otros infiernos donde nos habríamos de perder, donde nos habríamos de perder y de encontrar como en los ojos de antes, los de siempre, los que ya no son nuestros ni los de siempre y que vagan en la nada, que se convierten en ese humo que se mete por los ojos y por la boca haciendo zigzag por adentro, comiéndonos los pulmones y las vértebras, tan parecido a la muerte, a la muerte que con el tiempo nos hace revivir y tal vez poder girarnos y mirar al pasado con el desprecio y la lástima características de los que nos perdemos constantemente y no sabemos hacer otra cosa más que dolernos y revivirnos a través de los días y la piel de las cosas que ya no existen.
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